Esta es la historia de Ezequiel, un niño que jugaba a convertirse en pájaro entre los campos de maíz. Desde que el sol salía, aquel chiquillo acompañaba a su padre a la milpa para vigilar que las plantas estuviesen creciendo adecuadamente.
Nada lo sacaba de concentración excepto una cosa: El motor de un avión. El oído de aquel chico se hizo tan agudo al respecto que era capaz de identificar sin voltear al firmamento si la nave que estaba pasando en ese momento sobre él era de un solo motor, de dos o de turbinas.
– Papá ¿crees que llegaré algún día a convertirme en piloto?
– Eso es algo que yo no te puedo responder. Si dependiera de mí, te digo ahora mismo que yo haría todo lo necesario para que cumplieras ese sueño. Sin embargo, el consejo que te puedo dar es que nunca cejes hasta conseguir la meta que te propongas.
Ezequiel siguió trabajando en la milpa hasta que entró en la preparatoria. En el último año de educación media superior hubo una convocatoria en la que se premiaría al primer lugar con una beca completa en la universidad que el alumno quisiera.
Fue así como el muchacho vio su oportunidad y mandó un par de ensayos que había escrito en sus ratos libres. El tema principal de estos textos no era el otro que las sensaciones que le producía el imaginar que iba sentado en la cabina de un avión viendo al sol de frente.
Al término del concurso, se les avisó a los tres finalistas que debían presentarse en el auditorio del plantel. Ezequiel invitó a sus padres para que fueran participes de ese momento, pues realmente no le importaba ganar o perder dicha competencia, puesto que había dado su mejor esfuerzo. Finalmente, el maestro de ceremonias dijo que aquel muchacho de campo era el ganador y que además de la beca y $50,000 para continuar sus estudios, sus ensayos serían convertidos en cuentos cortos para impulsar a otros como él a llegar a la cima.